El camino
Estás en medio del páramo. El aire huele a tierra húmeda y a hierba. A tu alrededor, un puñado de frailejones tiritan al ritmo del viento que sopla cada hora, cada minuto, sin detenerse un momento. Por la carretera que atraviesa este páramo tres siluetas caminan lentamente: es una familia.
El hombre va adelante, cargando al hombro en una caja lo que ahora es su casa. Su mujer va detrás empujando un coche, y a su lado camina un niño. Ahora que puedes verles las caras, descubres en sus frentes las huellas de un cansancio que, a golpes de sol y de viento, el camino ha labrado bruscamente.
El campamento
Esta familia trepa por la carretera durante varias horas y llega a un valle. Allí hay un campamento conformado por varias estructuras levantadas en conteiners que albergan camas, mesas y duchas. Frente al campamento se agolpan los caminantes: familias, parejas y solitarios, y uno a uno entran en las carpas. Adentro les son ofrecidos comida, un techo y una silla en donde descansar. Estas personas son los caminantes venezolanos que atraviesan el páramo de Berlín, en Santander, primer obstáculo montañoso en su camino hacia Suramérica.
El viaje a pie es la única opción de los migrantes más pobres. Algunos vienen para quedarse, mientras que otros siguen por la carretera hacia destinos tan lejanos como Chile y Argentina. Muchos de estos caminantes son mujeres embarazadas, niñas y niños. Pensando en ellos, venimos llevando a cabo un proyecto para atenderlos.
El Proyecto
Nuestro proyecto consiste en transportar a los niños y las niñas que atraviesan el páramo -y a sus familias-, para llevarlos a nuestra aldea SOS de Floridablanca y ofrecerles un techo durante unos días. En la aldea hay dos camionetas blancas con el signo de Aldeas Infantiles SOS que recorren el camino entre el páramo y la aldea. Lo hacen tantas veces como sea necesario.
El transporte es trascendental. El páramo es un lugar inhóspito y peligroso para quienes no están preparados para recorrerlo. Las temperaturas sólo a veces superan un dígito de temperatura, y las familias se enfrentan al peligro de pasar la noche a la intemperie. Es un momento difícil, y es importante que podamos tenderles una mano.
Cuando llegan a la aldea SOS de Floridablanca, los migrantes encuentran un lugar seguro y cálido, y personas dispuestas a ayudarlos. En nuestras instalaciones las mujeres pueden reposar y los niños jugar, los hombres tomar una ducha y los mayores tomar un segundo aire. Aquí encuentran comida y camas para descansar, y los niños actividades, juegos y acompañamiento profesional. ‘Me siento muy agradecida por todo lo que han hecho por nosotros, y por cómo han tratado a los niños’ dice Yuli, una de las mujeres que vino en las camionetas. Luisa, otra mujer caminante, agrega: ‘Después de tanto camino, es bueno tener estos espacios, así sea por poco tiempo. Reír por una hora alivia mucho la carga’.
Luego de unos días, llega el día de emprender nuevamente el camino. Se desayuna en el comedor, y todos discuten la ruta que deben seguir. Los ánimos son distintos, más alegres, después de haber estado en la aldea. Las mujeres visten a los niños, los hombres empacan sus cosas y se despiden de los colaboradores de Aldeas SOS. La familia atraviesa la puerta y se aleja por el camino. El hombre va adelante, cargando al hombro en una caja lo que ahora es su casa. Su mujer va detrás empujando un coche, y a su lado camina un niño.