Crónica: una red tejiéndose: el cuidado como práctica cultural y comunitaria  
diciembre 19 2023

Crónica: una red tejiéndose: el cuidado como práctica cultural y comunitaria  

“Tejer me ha permitido cuidar de mí misma y de mis hijos, puntada a puntada transmito el saber de la paciencia y el amor por cuidar”, expresa Suleima Andica; una joven mujer, artesana, líder comunitaria, madre, y participante del proceso de acompañamiento a familias que Aldeas Infantiles SOS realizó en el territorio ancestral indígena de San Lorenzo en Riosucio, Caldas.  

Relata sus historias con un tono de voz cálido, pero firme, que demuestra lo mucho que la moviliza y emociona hablar del acto de tejer.  Su narración también resalta cómo esta experiencia se ubica como una práctica ancestral y a la par se convierte en una acción de cuidado individual y colectiva, una que por ejemplo, le ha permitido vincularse con sus hijos e hija.    

Una ruana y dos mujeres artesanas y tejedoras: el inicio una historia de cuidado 

El diálogo inicia con la señora Suleima y su hija Saray un día frío, nublado y tenue al interior de las verdes y predominantes montañas de San Lorenzo. No hace falta un sol radiante para  contar una historia que nos brinde un calor distinto, como de calor de hogar. La lluvia y los caminos de difícil acceso no impiden que la madre y la niña protagonistas de nuestra crónica lleguen al sitio de encuentro. La familia arriba con sus botas características de la zona rural, una buena ruana y la voluntad de narrar su historia como artesanas y tejedoras.  

La familia Bueno Andica y el tejido 

La pregunta inicial, que permite la reconstrucción de la memoria de ambas, nace de una sencilla pero potente curiosidad: ¿qué significa el tejido para la familia Bueno Andica? La mirada de cada una de ellas se encuentra por algunos segundos, la niña Saray precisa que las dos saben tejer, así como sus abuelas y seguramente sus ancestras.  

A Saray, su madre le ha enseñado a tejer canastas, bolsos, prendas de vestir, entre otros elementos que le hacen sentir orgullo, un orgullo que es canalizado a través de un brillo y una sonrisa particular. El tejido significa para ambas mujeres tranquilidad, paz y felicidad, y es que a través del tejido han logrado encontrar momentos de calma cuando todo se torna difícil o turbulento.  

Es de esta manera que sus voces se encuentran y el tejido se convierte en un saber que se transmite generación a generación, familia a familia, palabra a palabra, y puntada a puntada. Aprender a tejer no solo se basa en la transmisión de un conocimiento autóctono y técnico de las puntadas, sino que también permite que la familia haga parte de la construcción de una identidad cultural y tradicional para los niños y las niñas del territorio ancestral de San Lorenzo. Ya que las familias han logrado a través de esta práctica transmitir lo que significa ser indígena, pero a su vez ha sido posible recuperar sus prácticas ancestrales y lo que ellas denominan “lo propio”.  

Un tejido que se tiende: entre la memoria de Saray, Suleima y su madre 

Esta postura se reafirma cuando la señora Suleima narra su historia, tenía apenas 8 años, edad similar en la que se encuentra su hija Saray, cuando su madre tejía todas las tardes al ella arribar de la escuela. Los colores de aquellos tendidos, sábanas y mantillas que su madre fabricaba aún en su memoria se encuentran. El interés por aprender a tejer tal y como su madre lo hacía fue uno de los primeros deseos que nacieron en su trayectoria de vida.  

Sin embargo, en su narración existe un giro interesante e importante,  Suleima menciona que más allá de los hermosos colores de los tejidos, sentía tranquilidad cuando observaba los movimientos de las manos de su madre y el esfuerzo que le imprimía a cada elemento que construía. Esos momentos permitieron que se conectara con su figura materna, reitera que aquellos tejidos que tarde a tarde hacia su madre le hacían sentir que aquella pequeña finca, en la que vivía, era un lugar alegre, agradable y lleno de vida. Es así como tejer se convirtió para ella, en un momento de infancia feliz.  

El tejido que vincula y cuida 

El tejido ha acompañado la trayectoria de vida de Suleima en diferentes momentos, en episodios de crisis, felicidad e incertidumbre, pero sin lugar a duda, el tejido ha estado con ella como práctica de cuidado y vinculación con sus hijos e hija.  

A sus 12 años , en el territorio se impartían clases de tejido, ysu madre identificó aquel sueño de su hija y la acompañó a potenciar esas habilidades e intereses que identificaba en ella; de esta manera, el tejido empezó a ser una constante en su trayectoria de vida, pero tal y como menciona la madre “no solo hice las primeras chanclas que tuve en mi vida, también hice las primeras amigas de mi comunidad y que aún conservo, gracias al arte de tejer”.  

El tejido que acompaña la trayectoria de vida 

Y entonces si tejer es un verbo que se conjuga en todos los tiempos gramaticales ¿el cuidado como acción también se podría articular con la práctica de tejer? Esta pregunta no es difícil de responder para ninguna de las dos mujeres que participan del encuentro. La señora Suleima no duda en ningún instante relatar con detalles uno de los capítulos más difíciles de su trayectoria de vida. Con tan solo 16 años cuando aún era una adolescente soñadora, de contextura pequeña y llena de sueños e ilusiones decide arribar hacia una aventura que le costó lágrimas, dificultades, pero que precisa logró superar y resignificar a través del tejido, como práctica de cuidado.  

“Solo tenía 16 años y decidí irme con Nando mi compañero hasta el día de hoy, era un joven que trabajaba arduamente y día a día, nuestras posibilidades económicas eran muy pocas para ese entonces y quedé embarazada. Me fui, así como dicen las abuelas, con el corazón en la mano, pero al llegar a Armenia, tuvimos que vivir en una habitación solos”. Ese pequeño cuarto aún es recordado por la madre como si fuera ayer, sus emociones se agitan brindando una señal de alerta que fueron tiempos turbulentos para ella. Fernando, su compañero, debía cumplir con sus obligaciones laborales, y mientras el día corría, Tic, tac, tic, tac… marcaba el reloj las horas, minutos y segundos que pasaba la señora Suleima sola en aquel cuarto sin poder intercambiar una sola palabra con alguien que le escuchara. Su soledad era abrumadora, y esto conllevó a una honda tristeza de la que aquella adolescente no creía que podría salir.  

“En diferentes momentos de mi vida, es el tejido el que me ha cuidado” 

Sin embargo, un día en donde Suleima intentaba oxigenarse de la rutina, encontró un lugar en el que podía retomar aquella práctica del tejido que había abandonado por algún tiempo. “Me contaron de un programa pensado solo para gestantes, en donde les enseñaban a tejer, sobre todo elaboraban los vestidos para los niños y las niñas que estaban esperando. Yo vi en esa la oportunidad para volver a tejer y para poder salir. En diferentes momentos de mi vida, es el tejido el que me ha cuidado”.  

Los encuentros de tejido para madres gestantes se celebraban semanalmente, recuerda que tenían lugar los martes; pero una noche antes del taller, la madre no logró conciliar el sueño, esta vez no por la tristeza de la soledad, por el contrario, la embargaba una sensación de ansiedad por todo su cuerpo, por volverse a encontrar cara a cara con esa práctica tan propia, tan familiar la cual solía realizar cuando era niña junto a su madre. 

Su rostro se ilumina mientras relata que toparse nuevamente con el tejido en otro territorio,que en este caso no era el suyo, le permitió reencontrarse no solo con sus raíces, con lo que era “familiar” para ella, sino también con su esencia, volver a sí misma, encontrar estrategias para gestionar sus emociones en ese momento de la vida, pero además de ello, vincularse con aquel bebé que por aquella época esperaba. “Mi maternidad no la estaba viviendo con amor, sino con una gran angustia y soledad, pero tener algo con qué conectarme me empezó a dar un sentido de vida distinto. Yo esperaba con ansias ese día en donde pudiera tejer, y claramente la práctica la realizaba en mi casa, pasaba los días tejiendo, pero también, lograba tener amigas que compartíamos, ya no solo el arte de tejer, sino también un momento de maternidad”. 

Corrían los días y Suleima logró identificar que el tejido era una forma de cuidado de sí misma, puesto que puntada a puntada, lograba sentirse un poco más viva, pero también cada vez más consciente de lo que sentía en ese proceso de maternidad.  

Un propósito lleno de amor y cuidado  

Su rostro se transforma cada que narra un episodio nuevo de encuentro con el tejido, no importa la tempestad que retumba en el techo del recinto en donde Suleima se encuentra, y al exhalar un profundo suspiro continúa con su historia: “Me hice un propósito, parece gracioso, pero, aunque estaba embarazada yo no entendía ni para donde iba. Ese propósito fue fabricarle los vestidos a mi bebé, me preocupaba mucho no alcanzar porque ya estaba a punto de dar a luz, pero alcancé a hacerle un vestido amarillo, porque dicen las abuelas en el territorio que es de buena suerte para el niño que nace, una mantilla y un busito que todavía guardo, nada me esperanzaba más que fabricar la ropa de mi hijo en su espera. Tejer me cuidaba a mí de mi soledad, de mi tristeza, la cambió por tranquilidad y tener una esperanza en ese momento de mi vida con mi bebé”.  

El tejido se convierte en una práctica de cuidado emocional cuando se funda como una receta propia para tramitar las tristezas, dolores, angustias y miedos; y porque no, una práctica de cuidado social, entre tanto le permitió a esa madre adolescente el aprender de otras mujeres, de sus experiencias, a través del compartir de la palabra que favorece el sentarse a tejer, y por último una práctica afectiva, puesto que Suleima logra a través del tejido imaginarse a su hijo, soñarlo, y añorarlo. “Tejer me ha permitido cuidar de mí misma y de mis hijos”, afirma en su relato.  

Concordamos pues, que cuidar se parece cada vez un poco más al acto de tejer, se necesita imprimirle una intención, pero se interconectan elementos como la paciencia, la constancia, la tolerancia a la frustración cada vez que la técnica empleada no es la adecuada, así como suavidad en los momentos precisos, pero a su vez firmeza cuando se trata de construir.  

El tejido como memoria y herencia familiar  

Saray emite una sonrisa de aquella historia que narra su madre, e intenta hilar sus palabras para configurar su propia experiencia con el tejido y su relación con el cuidado. Sin embargo, su historia no dista de la de la señora Suleima.  

Saray empieza a tejer a los seis años, su curiosidad nace cuando observa aquel pequeño buso de color verde que fabricó la madre para su hermano mayor, Saray deseó tener uno similar, fabricado por sus propias manos entrelazadas con las de su madre. La señora Suleima reconoce que observó en este momento la oportunidad para que su hija conociera lo que representaba el tejido como legado cultural, pero también familiar, y que tal y como ella lo había logrado, su hija encontrara una estrategia propia para canalizar sus emociones cuandolo requiriera. “Lo primero que hice fue una mochila, la hice con mi mamá y mi abuela, entre las tres la construimos, mi abuela quiso que fueran de los colores café y naranja, de mis colores favoritos, con ella llevaba a la escuela los colores y los lápices, y me sentía muy feliz porque la hice con mi familia”.  

Curiosamente, cesa la tormenta que abatía en el momento del compartir de la palabra con  Suleima y su hija Saray, parece ser esta la etiqueta adecuada que predice que conversar alrededor lo que nos mueve, nos llena y nos cuida, como por ejemplo el tejido, calma las tormentas. En este momento Saray está próxima a cumplir sus diez años, y aún queda toda una trayectoria de vida para seguir aprendiendo del arte de tejer, así como del arte de cuidar, ese que no culmina, y que por el contrario se construye mutuamente, porque tal y cómo lo mencionó Suleima, protagonista de nuestra crónica, “puntada a puntada transmito el saber de la paciencia y el amor por cuidar”.         

            

*Este texto fue posible gracias a la contribución del Programa de Riosucio a través de la iniciativa El valor de las historias, en la que los programas de la organización, con presencia a nivel nacional, compartieron sus testimonios, historias de vida, iniciativas comunitarias y contenido pedagógico para expresar a través de ellos la esencia de nuestra organización.